Contabilidad Dinero

LAS IDEAS TRADICIONALES ACERCA DEL DINERO Y SU NATURALEZA ESTATAL
Las ideas tradicionales acerca del dinero. Todo comercio fue primeramente comercio de trueque, y el dinero se originó del medio de trueque preferido. Esto nos enseña la historia de la civilización; esto nos enseña la ciencia del dinero.
El dinero es, al mismo tiempo, el instrumento general que mide el valor. No podemos representarnos ningún valor sin que, en pensamiento, lo traduzcamos en dinero.
De estas condiciones del dinero, es decir, las de ser el medio general de trueque y el instrumento general que mide el valor, ha deducido, no sólo el sentido común, sino también la ciencia, la consecuencia de que el dinero tiene que tener valor propio; tiene que estar elaborado con materiales valiosos.
Desde este punto de vista, el papel moneda canjeable por oro, como nuestros billetes de banco, es como dinero en oro; justamente por esa posibilidad de canjeado, (todo esto; claro está, cuando las reservas internacionales estaban puestas en oro, hoy en día sabemos que están colocadas en alguna moneda fuerte, en nuestro caso particular el dólar americano, es por ello que pasamos de peso oro a peso dominicano).
Pero la historia de la política monetaria, en los últimos decenios, ha producido manifestaciones ante las cuales hubieron de sentirse algo inseguros los menospreciadores del papel moneda no convertible. El más interesante de estos fenómenos se produjo en Austria. En el año 1878, el gobierno austriaco suspendió la acuñación libre de plata, lo cual tuvo por efecto que las guldas papel, cuyo valor estaba en baja en el extranjero, se mantuvieran en adelante firmes. Si Austria se hubiera decidido por la aceptación del patrón oro, se hubiera visto en ello el motivo del mantenimiento del valor de la gulda.
De modo que, por decirlo así, el papel valía más que la plata. Catorce años después, Austria, siguiendo la corriente de los tiempos, creó la corona, basada en el oro. Pero en el día de hoy no ha introducido aún la conversión en dinero metálico. Aún hoy, los billetes del banco del Estado austriaco son papel moneda no convertible; es decir, con curso forzoso legal. Sin duda, existen también monedas de oro en circulación; pero el poseedor de un crédito no puede exigir el pago en oro, y, lo que es más extraño, la circulación mira estas monedas de oro con evidente repugnancia, hasta el punto de que en su mayor parte se han retirado a los sótanos del banco del Estado. Por consiguiente, en Austria la circulación no le da ninguna importancia al valor específico del dinero.
El que reflexione sobre la esencia del dinero, no puede pasar por alto este fenómeno, pues Austria es un Estado que se encuentra a un alto nivel de cultura, y tiene una hacienda en buen orden. Si los hechos demuestran, pues, que el dinero sin valor específico presta los mismos servicios que nuestra moneda oro, habremos de preguntarnos, si no existe un error en nuestra idea tradicional del dinero.
La gran importancia de la nueva teoría está en el aserto de que también en los países de patrón oro, la unidad de valor es «nominal». Esto es lo que se nos hace difícil comprender. Fácilmente nos convencemos de que es nominal la unidad de valor en los países de papel moneda, la gulda austriaca anterior a 1892, o el rublo ruso antes de la reforma de Witte.
Pero entonces no hay que obstinarse en negar que el concepto del dinero es independiente de la materia en que aparece, y que la diferencia de materias sirve tan sólo de base para las subespecies bajo el concepto más general. La cuestión acerca de la materia con que está compuesto el dinero no pertenece al concepto del dinero, sino al capítulo de los signos monetarios.
Pero la consecuencia necesaria de esta noción es que no debemos buscar en el metal el fundamento para la valoración del dinero. Y, en efecto, en los países bien ordenados financieramente a base de papel moneda, como lo era, sin duda alguna, Austria hacia el año 80 del siglo pasado, encontramos la misma confianza en el valor del dinero, aunque faltaban las monedas de oro y la cobertura metálica. Quien quisiera suponer que la estabilidad de la gulda austriaca en la circulación interior sólo vivía de la esperanza de que tarde o temprano se introdujera el patrón oro, sería víctima de una ilusión que asombraría a un austriaco. Pues nadie en Austria, aun hoy, atribuye la menor importancia a que los billetes sean o no convertibles en metálico. Así se explica que entre los austriacos no haya encontrado ninguna resistencia la teoría de Knapp. Sabían de antiguo que la esencia del dinero no está en la materia de que se compone.
El cambio internacional. Podrá parecer lamentable a los amigos del oro, pero no cabe negar que, en la circulación interior, el dinero-oro no presta más servicio que el papel moneda no convertible. El ejemplo de Austria lo ha mostrado prácticamente y la teoría sabe hoy explicar el fenómeno. Pero ¿qué ocurre con la circulación exterior?
Indudablemente, el país tiene interés en que el valor de su dinero conserve estabilidad internacional; en que, comparado con las divisas extranjeras, el dinero nacional no baje de valor. La estimación de una divisa extranjera se expresa en el curso de los efectos que circulan sobre el país extraño, y el curso es el resultado de la oferta y la demanda, cuyo volumen está determinado en cada caso por la balanza comercial o, mejor dicho, de pagos. En esta esfera es en donde triunfa el patrón oro. Si los dos países, Alemania e Inglaterra, por ejemplo, tienen patrón oro, el cambio no podrá subir ni bajar - o lo hará de un modo insignificante - de cierto límite (el punto del oro); porque resulta más barato enviar oro, que pagar los créditos por encima del punto del oro. De esta manera, la posibilidad del pago en oro impide que la divisa nacional pierda valor en el mercado internacional. No obstante, éste no es un remedio absoluto. Si un país continúa aumentando su deuda respecto de otro, poco a poco irán agotándose las existencias de oro, tanto en los bancos como en la circulación, y, finalmente, la cotización de la divisa extranjera subirá por encima del punto del oro. Pero antes de llegar a esto, el banco central habrá apretado «el tornillo del descuento»; es decir, habrá elevado el interés del dinero para moderar el espíritu de empresa en la nación y mover, por el espejuelo del mayor interés, a los capitales extranjeros a permanecer en el país. Así se protegen las existencias de oro y así se procura la vuelta de las circunstancias normales. Sólo en épocas de catástrofes económicas y políticas puede fracasar alguna vez el remedio.
El provecho que el patrón oro procura en el comercio internacional es tan considerable y evidente, que Austria y Rusia han tenido el sabio pensamiento de aprovechar tales ventajas, sin modificar, sin embargo, su sistema monetario. Ambos Estados han conseguido su objeto, y ello por diversos caminos. El banco del Estado austro-húngaro regula la divisa Londres en Viena, vendiendo y comprando a un cambio determinado efectos sobre Londres. Rusia encarga la regulación de sus cambios a la casa de banca Mendelssohn, de Berlín, por medio de la negociación de sus billetes. Así se combina el papel moneda nacional con la estabilidad del cambio exterior.

Emancipación de los pagos con respecto al oro. El teórico puede moverse libremente en las esferas del pensamiento puro, sin obedecer más que al imperativo de la verdad. El político tiene que determinarse en vista de los hechos; ha de sacrificar lo absolutamente bueno a lo asequible; ha de tener en cuenta costumbres y prejuicios, si no cree poder vencerlos. Sin embargo, una verdad hallada por la ciencia tiene valor para el práctico, en cuanto enriquece sus motivos; y la justificación teórica de una situación en que se encuentra satisfecha la población de una gran comunidad pública, no es en modo alguno indiferente para la consideración política. Ya no le es lícito a nadie considerar imperfecto el sistema monetario austriaco porque carezca del pago en metálico. Pero también desde las alturas de la nueva teoría cae una luz favorable sobre la política monetaria alemana y sus esfuerzos por restringir el empleo del oro.
Desde que en todos los países civilizados ha quedado decidida la victoria del oro sobre la plata, nos encontramos en el curso de una nueva evolución: en la circulación, los pagos van emancipándose del oro .También en este punto es Inglaterra la nación que más ha progresado. Según los cálculos del director americano de la Moneda, la circulación total de oro en Inglaterra, en el año 1905, ascendió a unos 1.500 millones de marcos, a los que hay que añadir unos 800 millones guardados en el Banco de Inglaterra. En Alemania la reserva reunida en los bancos y cajas públicas era algo menor que en Inglaterra, y en cambio circulaban entre nosotros más de 3.000 millones en oro, es decir, el doble que en Inglaterra. Es esta una riqueza muerta, que demuestra nuestro atraso en este punto; el banco del Imperio persigue constantemente el fin de libertarla para que actúe eficazmente.
Sabemos cuál es el instrumento de pago que representa preferentemente en Inglaterra el papel que entre nosotros la moneda de oro: es el haber en cuenta corriente. Cumple éste las funciones del dinero en tal grado que, en el sentido económico (no en el jurídico), puede considerarse como dinero. De hecho, el haber en cuenta corriente, en un banco de emisión, es tan semejante jurídica y económicamente al billete de Banco, que se confunde con él. Teniendo esto en cuenta, podremos designarlo con el calificativo de “dinero giral”.
Pero hay una cosa en la que raras veces se para la atención, a pesar de que es, indudablemente, de la mayor importancia para la economía monetaria de un país, y es que estos créditos carecen casi de cobertura metálica. Y entonces surge la pregunta siguiente: ¿en qué consiste la ventaja del sistema inglés de cheques, respecto del pago con papel moneda no convertible, tal como está establecido en Austria? ¿En la posibilidad de cambiarlo en oro? Pero esta posibilidad es sólo apariencia y únicamente subsiste mientras casi nadie hace uso de dicha facultad. En todo caso, para la totalidad no existe. Compárese la suma de los depósitos ingleses (15.000 millones) con el oro existente en los bancos, deduciendo el destinado a cubrir los billetes (unos 300 millones). No creemos que se pueda basar nada sobre una cobertura en oro de un 2 por 100.
Es el mismo fenómeno que en Austria. Del mismo modo que Austria se maneja con papel moneda inconvertible, Inglaterra lo hace con dinero giral no cubierto, y ello sin poner en peligro la confianza pública. Ciertamente en algunos momentos ha vacilado esta confianza y los depositantes han pedido tumultuosamente su dinero. Pero también este caso lo han previsto los ingleses con su sentido práctico. En Inglaterra, los billetes del Banco de Inglaterra son instrumentos de pago legales; no se les puede rechazar y pedir oro en cambio, como ocurre en Alemania con los billetes del Banco del Imperio.  Por otra parte, como es natural, el Banco de Inglaterra está obligado a pagar en oro sus billetes y lo que sucede es que en épocas de crisis los bancos y banqueros, apurados, pagan exclusivamente con billetes. Entonces el Banco de Inglaterra es liberado, por una resolución del Parlamento de la reserva metálica, y cuando ha pasado la tormenta y se ha restablecido la confianza, el banco vuelve a restablecer a su vez su reserva metálica.
Cuántas calamidades hubieran podido evitarse si los americanos hubiesen imitado esta manera de proceder durante las crisis. Como no poseen un banco central, es el Secretariado del Tesoro a quien en su lugar corresponde poner en circulación dinero, mediante una emisión a corto plazo de billetes del Estado con curso forzoso.
 Alemania no puede pasar de repente a régimen de cheques y giros según el modelo inglés (o, mejor dicho, hamburgués). Puede aprender de Inglaterra que no es preciso que el tráfico esté saturado de oro, como ocurre entre nosotros, para mantenerse sólido; pues no lo exigen ni la esencia del dinero ni las necesidades prácticas.
Por de pronto no necesitamos ser más ingleses que el país clásico del patrón oro, Inglaterra, privando a los billetes del Banco del Imperio de curso legal. Para mantener el patrón oro basta, tanto entre nosotros como del otro lado del canal, que el banco central esté obligado al cambio de los billetes en oro. Los billetes pequeños se impondrían mucho más rápidamente en el comercio si no pudieran ser rechazados en el tráfico privado. Es el miedo a que sean rechazados los billetes lo que induce a los cajeros a preferir el oro, tanto para los cobros como para los pagos. Cierto que fuera de desear que los billetes pequeños tuviesen un formato reducido y cupiesen con un solo doblez en el portamonedas, y, sobre todo. . . ¡que estuviesen limpios! El Banco de Inglaterra no da por segunda vez un billete que toma. Los billetes alemanes son a veces tan sucios y malolientes como los papeles y documentos de un vagabundo.
Pero mientras la circulación «saturada de oro» (como se dice inexactamente) no haya entregado una parte esencial de su oro al Banco del Imperio, cabe pensar si los preceptos referentes a la cobertura metálica no podrían ser aliviados, al menos para conseguir que los billetes llenen la función que en Inglaterra desempeñan las cuentas corrientes o cheques no cubiertos. Me refiero especialmente al movimiento de capitales, a los pagos de intereses y alquileres al vencimiento de los trimestres, en cuya época se sacan del Banco Imperial, poco antes del término, grandes sumas que, a poco, vuelven a las cajas del banco.

Consideración jurídica y económica del oro. Pero la significación de la obra de Knapp no está propiamente en su aplicación inmediata al campo de la política monetaria práctica. Pues para fundamentar las proposiciones que acaban de formularse, no se requieren conocimientos previos teóricos especiales; basta con observar atentamente la política monetaria de los países vecinos y tener capacidad para deducir la aplicación provechosa de los fenómenos dados. El mérito verdadero de Knapp está en el campo de la ciencia pura. A pesar de la abundancia de los trabajos teóricos a ella consagrados, la doctrina del dinero ofrecía en conjunto un cuadro muy confuso, poco apropiado para suministrarnos un conocimiento profundo de lo que cada cual sabía ya del dinero, merced a las enseñanzas de la vida. Leyendo a Knapp sentimos que se afianzan nuestros pies. La construcción mental que nos presenta nos hace el efecto de una arquitectura clara, cuyos componentes responden a circunstancias evidentemente bien observadas. Gracias a él sabemos en qué consiste la esencia del dinero y vemos cómo las diversas manifestaciones del dinero se subsumen sin esfuerzo bajo el concepto directivo.
La obra de Knapp tiene un carácter eminentemente jurídico, lo que ya en el título se manifiesta. Y se comprende que el manjar jurídico no pueda saciar los estómagos económicos. Los economistas no tienen más remedio que aceptar la idea de Knapp, de que el metalismo no basta para explicar la naturaleza del dinero; pero tampoco les satisface por completo la nueva teoría, que les escamotea los «valores», sin los que no pueden vivir. Donde antes se hablaba de metal y de crédito, domina ahora el imperativo del Estado, es decir, una cosa económicamente impalpable. Se comprende, pues, la sensación de insuficiencia que la teoría de Knapp ha despertado. ¿Cómo puede remediarse?

LA NATURALEZA ECONÓMICA DEL DINERO Y LA CREACIÓN DE DINERO
Problemas de una teoría económica del dinero; doctrina de la creación de dinero. - Sólo la consideración económica del dinero descubrirá la esencia íntima de éste. El conocimiento de su evolución histórica, arrancando de su condición de instrumento de cambio valioso, no nos da aún noticia alguna de sus funciones en la vida económica. Tampoco el descubrimiento de Knapp, que nos muestra su figura dogmática como una unidad económica decretada por el Estado, resuelve el aspecto económico del problema del dinero. Se trata de investigar qué papel desempeña el dinero en la vida económica, para determinar después los fines a que sirve, y para darse cuenta de los defectos de que adolecen los sistemas monetarios dominantes.
La función económica del dinero. La elaboración completa de una teoría económica del dinero, no sólo rebasaría con mucho los límites de este trabajo, sino también las fuerzas del autor. Pero no parecerá demasiada osadía desarrollar algunos razonamientos que acaso sirvan de material de construcción a la obra futura de quien esté llamado a ella.
Si queremos descubrir la acción del dinero, hemos de hallar los principios sobre que se asienta, en los tiempos presentes, la vida económica, que lleva el nombre de «Economía monetaria».
Si se pregunta cuál es la característica de nuestra vida económica, suele responderse usualmente con las palabras «división del trabajo» y «cambio de productos». Pero ninguna de las dos expresiones abarca exactamente el aspecto económico de la cuestión, que es, sin embargo, lo que importa. La división del trabajo es más bien un concepto técnico que económico, y el cambio de productos no caracteriza el trabajo económico, sino el acto de entregar sus productos. Estas dos expresiones son designaciones imperfectas del único hecho importante económicamente: que el trabajo está destinado a servir a personas distintas del trabajador mismo, con lo que el cambio de productos se comprende por sí mismo. La característica de nuestra producción es el estar dirigida a las necesidades de «otros», sean los que sean. El individuo trabaja para la comunidad. Todos para todos.
El dinero en la formación de capital. Los resultados de las anteriores explicaciones necesitan de un complemento, en varios sentidos, para acomodarse a las diversas manifestaciones de la vida económica. El dinero que, por ejemplo, se le da a un zapatero por un par de zapatos, no sirve exclusivamente para el consumo del zapatero, pues con una parte del dinero que recibe, éste paga al proveedor de cuero y el trabajo de sus operarios. Esto es indudable. Pero la cantidad de dinero recibida por el zapatero servirá para proporcionar objetos de consumo, si no a él, a aquellos otros auxiliares suyos. El último vendedor es, al mismo tiempo, el que guarda en su caja el dinero, en representación de los que están detrás de él en la cadena de los rendimientos. Esto es tan claro que apenas requiere mención.
En cambio, habrá que determinar qué se entienda por bienes consumibles en los bienes que recibimos, en la contraprestación por nuestro servicio previo. ¿Figurarán entre ellos tan sólo el alimento y el vestido, o también los muebles y otros objetos de uso que nos sirven durante muchos años?
Por otra parte, hemos supuesto tácitamente que cada cual adquiere objetos consumibles, para su propia satisfacción, como contrapartida de sus rendimientos; y por tanto, hemos dejado fuera de nuestra consideración el ahorro y la capitalización. Tenemos, pues, que examinar cómo pueden encajar estos fenómenos económicos en el cuadro que hemos bosquejado.
Finalmente, ¿cómo hemos de representarnos, desde el punto de vista de las consideraciones anteriores, los signos monetarios, para que puedan cumplir su misión de legitimar las pretensiones del que solicita la contraprestación? Porque ocurre pensar que, satisfecha la contraprestación, los signos de legitimación deberían perder su valor y desaparecer. Ahora bien; sabemos que en la economía individual es éste, en efecto, el caso: al recibir la contraprestación nos desprendemos de nuestro dinero. Pero en la economía general, es preciso que el dinero quede en alguna parte.
Examinaremos y contestaremos sucesivamente estas diversas cuestiones, y primeramente trataremos de definir los bienes consumibles.
Para ello es preciso que el concepto del consumo no se tome en un sentido estricto de economía individual, sino en sentido de economía política. Lo que se separa de la circulación de mercancías y pasa al uso privado, queda, desde el punto de vista de la comunidad, consumido, aunque el particular disfrute largo tiempo de su posesión. Por consiguiente, en el sentido que aquí les damos, deben considerarse como bienes consumibles todas aquellas cosas que se adquieren para el uso o tenencia particular, sin consideración a que en la economía privada puedan tener carácter de capital. Y no puede decirse que sea violenta esta definición del concepto. Seguramente ningún economista contará entre los ahorros de la nación el valor de los objetos de uso doméstico y personal.
Los capitales de explotación. Si el dinero del ahorro representa los objetos de consumo que se gastan en la construcción del edificio, resulta de aquí que el dinero tiene que desaparecer de la circulación con el mismo ritmo. Para la casa terminada, e incluso para los créditos hipotecarios que representan económicamente participaciones en la casa, no puede haber, pues, en la economía, ningún dinero correspondiente. Pero por experiencia sabemos que generalmente el ahorrador no se presenta en escena a adquirir su crédito hipotecario hasta después de terminada la casa.
Pero no todo capital circulante está destinado a convertirse en capital fijo. Los medios de explotación de todas aquellas industrias, que tienen por objeto la elaboración de productos de consumo, son un capital circulante que se transforma a su vez en capital circulante de grado superior
No nos veríamos obligados a mencionar los capitales de explotación, si no se interpretase con tanta frecuencia mal su naturaleza económica, deduciéndose luego consecuencias equivocadas sobre la esencia del dinero. Para comprender la naturaleza de los instrumentos de explotación hay que considerar el dinero como representante de bienes.
La actividad económica no es un ciclo de valores, sino una alternativa de producción y consumo. Ni los años retornan en giro circular, ni los trabajadores inválidos resucitan en forma de muchachos, ni pueden revivir los valores consumidos. Esto es evidentísimo; pero dadas las ideas confusas actuales, en que se mezcla y confunde la imaginación con la realidad, no dejará de ser útil recordarlo alguna vez.
 El dinero clásico, la letra y el billete de banco.  Estamos ante el problema de determinar la naturaleza del dinero clásico y el modo de su creación. Pero antes queremos resolver una duda.
Alguien quiere comprar una casa, para lo cual convierte en dinero unos valores; a su vez el vendedor de la casa compra valores con el importe de la venta. Para la economía política no hay aquí más que un cambio de personas en sí indiferente. El capital, circulante ha realizado una función secundaria: ha servido como instrumento de cambio entre la casa y los valores, y, cumplida su misión, se retira. Así y por fenómenos análogos, surge en los vencimientos trimestrales la necesidad de dinero, que producirá a la economía tanto menos trastorno cuanto más se emplee el cheque para los pagos. De aquí no puede deducirse nada que ataña, a la esencia del dinero.
No obstante, hay que reconocer que al privar, aunque sea de modo pasajero, de cantidades considerables al mercado del dinero, se producen trastornos en el crédito, cuyo remedio será tanto más fácil cuanto más claramente nos demos cuenta del fenómeno. El capital circulante, que representa objetos de consumo, y con esta cualidad se ofrece en préstamo, queda súbitamente, en los vencimientos trimestrales, desviado de su fin propio durante diez o quince días, y se sustrae al mercado para servir de instrumento de pago en el movimiento del capital fijo. La consecuencia de esto es la falsa apariencia de una falta de capital circulante, y la elevación consiguiente del interés en el mercado monetario. No producirá ningún trastorno en la economía general el crear dinero a plazo corto, con arreglo a la cuantía de lo que, según la experiencia, aumenta la necesidad de numerario en los vencimientos trimestrales, sin alterar el interés vigente.
La creación de dinero debe estar organizada de tal manera que todos puedan recibir dinero en pago de sus prestaciones. Cuando se trata de prestación de servicios personales o de prestaciones auxiliares a la industria, el que presta el servicio ha de entenderse con el que lo utiliza. Por consiguiente, éste es el que tiene frente a la comunidad el derecho a reclamar signos monetarios para aquél. Esto no obstante, el derecho a signos monetarios que tiene frente a la comunidad el propietario de una industria, depende de que sus productos o mercancías estén efectivamente a. la disposición de la comunidad y sean aceptados por ésta
Hemos hallado, pues, en el billete de banco, cubierto por las letras sobre mercancías, el modelo del dinero clásico, en el cual se manifiesta el equilibrio entre la prestación y la contraprestación, entre la producción y el consumo, no influido por los azares de una arbitraria creación de dinero; del dinero clásico, es decir, de aquel que aparece y vuelve a desaparecer paralelamente al nacimiento y muerte de los objetos de consumo, y que, sin estar afectado por el valor del material que lo forma, realiza su función auxiliar, sin menoscabar por la influencia de su propio valor la proporción de valor entre los objetos dados y recibidos.
Al hablar de la letra sobre mercancías y de su importancia para la creación del dinero, hemos acentuado en el párrafo anterior, un poco parcialmente, el interés del productor. Apenas es necesario indicar que el comerciante tiene en ella un interés, enteramente análogo; el comerciante satisface al fabricante; pero, a veces, no recibe de los que a él le compran más que letras firmadas, en vez de dinero. Estas letras, como es natural, son exactamente iguales que las del productor.
En el banco oficial los haberes en cuenta corriente acostumbran a disminuir cuando aumenta la circulación de billetes, y al contrario. Esta alternativa muestra la íntima conexión en que están los billetes y las cuentas corrientes. El banco oficial las reúne ambas bajo la expresión «obligaciones que vencen diariamente». Para nosotros ambas son manifestaciones del dinero clásico, en distintas formas. El dinero, en su camino trimestral del banco a la circulación y de la circulación al banco, aparece, según los círculos en que se presente, más o menos, en forma de billetes o de cuentas corrientes. De la transformación se encarga el banco automáticamente, por decirlo así.
El dinero sin cobertura en la concepción del tráfico. La consideración teórica del dinero, incluyendo dentro de él los haberes en cuenta corriente, que -hacen las veces de dinero; la ampliación, por consiguiente, del concepto del dinero a todos los valores que la economía considera como dinero, está en oposición con el método usual que habla del dinero y sus «sucedáneos» y trata de deducir su naturaleza de los elementos en que se presenta

CRÍTICA MONETARIA Y REFORMA DEL BANCO IMPERIAL
 Progresivo conocimiento de la esencia del dinero. Es en alto grado singular hasta qué punto la legislación bancaria alemana y la administración del Banco Imperial responden a la concepción de la esencia del dinero aquí expuesta. Esto es tanto más extraño cuanto que los especialistas y los legos, en la época en que se produjo la legislación bancaria, no habrían visto en esta concepción del dinero sin duda más que una herejía peligrosa y propia para apartar los ánimos del patrón oro, única fuente de bienaventuranza, y seducidos a que aceptasen una moneda de papel. Todavía hoy no cabe esperar que se imponga tan pronto el conocimiento de la naturaleza simbólica del dinero.
Crítica de los patrones metálicos. Quien quiera comprender en toda su pureza la esencia del dinero ha de convencerse de que dar un valor propio a los signos monetarios es contradictorio con el concepto. Pues el dinero no tiene por objeto hacernos gozar o enriquecernos con el material de que está compuesto, sino servir de intermediario que nos permita adquirir las contraprestaciones a que tenemos derecho por nuestras prestaciones anteriores. La elaboración de signos monetarios, hechos con oro o con otros metales valiosos, constituye una recaída atávica en la economía de trueque, hace mucho tiempo superada; o dicho de otro modo, es una supervivencia rudimentaria de aquella época.
Crítica de la creación de papel moneda. La moneda divisionaria. - Hemos dicho que el oro era capital fijo, salido del trabajo; antes de que los obreros se pongan a trabajar el mineral de oro, es preciso que exista capital circulante, es preciso contar con subsistencias ahorradas.
Consumiendo las subsistencias, se va haciendo el valor, extrayendo el oro, transformando el capital circulante en fijo. Pero, a pesar de ser el oro no consumible y de constituir capital permanente, sirve en figura de dinero para representar bienes consumibles, capitales circulantes. Este es el irracionalismo que ha convertido el problema del dinero en un laberinto. Se ve cómo los bienes que se compran con dinero, nacen y perecen; mientras que el dinero -desde el punto de vista de la economía mundial, no de la privada- es imperecedero.
El error fundamental que hay en esto ha sido cometido también en emisiones de papel moneda. En un Estado financieramente desconcertado, el remedio a que primero se acude es la emisión de papel moneda. Las consecuencias de ello son, constante y naturalmente, primero un agio sobre el dinero metálico, luego su desaparición completa y una gran desvalorización del papel moneda. De estas consecuencias lamentables se ha hecho siempre responsable la materia papel de que está hecho el dinero. Pero injustamente. La historia del sistema monetario austriaco desde 1878 enseña muy otra cosa. El mal no está en el material de la moneda, sino en el hecho de que la emisión de dinero no corresponda a una producción de mercancías.
Existe en la historia una demostración clara de que sólo las mercancías y no los capitales permanentes pueden servir de base a las emisiones de papel moneda. Me refiero a los famosos asignados de la Revolución francesa. No se crea que este papel moneda estaba en el aire: fundábase en los miles de millones que valían los bienes de la iglesia, de que se había apoderado el Gobierno. Pero esta fundamentación, excelente desde el punto de vista del valor, no evitó la completa desvalorización del dinero. Pues lo que con el dinero se quería adquirir eran subsistencias, al paso que los bienes de la iglesia no eran por su naturaleza consumibles.
Es extraño que Norteamérica emita aún hoy papel moneda sobre la base de capitales fijos. Los billetes de los bancos nacionales están, en efecto, basados en empréstitos públicos. Esto demuestra que en los Estados Unidos se desconoce la naturaleza del dinero. Si no resulta de aquí ningún inconveniente, es porque, en primer lugar, no es muy considerable la cantidad de billetes, y, además, por la circunstancia de que, en cambio, falta la emisión de billetes basados en letras sobre mercancía, de manera que el dinero se produce sobre una base falsa, pero no con exceso; por lo demás, no quedan agotados con esto los defectos del sistema monetario americano.
En Alemania no se permite la emisión de billetes sobre la base de capitales fijos. El Banco del Imperio puede con sus propios recursos, o con los que de otro modo disponga, conceder créditos de capital sobre pignoración de efectos en papel; pero no puede alimentar la circulación de billetes sobre bases de este género. Este precepto de la legislación del Banco imperial implica un sentimiento exacto de la naturaleza del dinero.
La crisis de 1907. Concentración del oro. En épocas de escasez de dinero y alta tasa de interés, como las que ahora tenemos ante nosotros, suelen brotar una multitud de proyectos, tan bien intencionados como mal meditados, para remediar las dificultades monetarias. Sobre todo, levanta la cabeza el bimetalismo, cuya implantación aumentaría los inconvenientes tolerables del monometalismo, en la formación de los precios, haciéndolos francamente intolerables, y demanda mayor acuñación de moneda de plata. Esta pretensión parece inofensiva; pero no lo es en modo alguno, pues si de esta manera el dinero gana en cantidad, tiene que perder en calidad. 
Reforma del Banco Imperial. Repito que nada podría ser más insensato que revolucionar nuestra legislación monetaria, fundándose en consideraciones teóricas, por acertadas que éstas fuesen. Esto sólo podría recomendarlo un radicalismo que careciese de compresión, tanto para la evolución histórica, como para los imponderables de las ideas populares. Además, el momento actual estaría muy mal elegido para realizar modificaciones radicales, aun cuando sólo fuera pensando en el extranjero, elemento tan importante en este aspecto, ya que la mala situación de nuestras divisas, durante los últimos meses, está aún fresca en la memoria de naturales y extranjeros, y la situación de las finanzas en el Imperio actualmente no es para fortalecer la confianza de las naciones extranjeras en la sabiduría y solidez de la política monetaria alemana.
De momento sólo puede tratarse de algunas mejoras en nuestra legislación bancaria, mejoras que dejen intactos los fundamentos de nuestro sistema monetario, el patrón oro con libre acuñación privada y la convertibilidad en oro de los billetes de banco. Puede perfeccionarse sobre esa base nuestro sistema, según el modelo que nos ofrece la legislación y administración de otros Estados, donde ya ha producido buenos efectos probados. En este sentido habríamos de repetir la propuesta, hecha anteriormente, de que los billetes de banco alemanes -prescindiendo, como es natural, del deber de conversión del Banco imperial- fuesen reconocidos como medio de pago legal, de manera que, como los billetes del Banco de Inglaterra, no pudiesen ser rechazados en la circulación. Además, que las letras sobre el extranjero, pagaderas en oro, se contasen en el Banco del Imperio como cobertura de oro. Y, finalmente, que el precepto que obliga a cubrir la tercera parte en oro fuese completado con un «en lo posible», de manera que no pueda hacérsele al Banco Imperial el reproche de violación de ley, por una falta de oro como la que puede producirse, de un modo completamente inocente, en los vencimientos trimestrales.
La mayor circunspección, conservando en lo posible lo existente, es obligada cuando se trate de poner mano en la constitución del Banco del Imperio para mejorarla. Las columnas sobre que descansa el edificio son de una solidez completa, inalterable aun en los tiempos más difíciles. El problema de organizar un banco central, de modo que puedan evitarse al mismo tiempo una intervención fiscal desmesurada y los efectos de la codicia privada, no puede ser mejor resuelto que como se ha hecho: creando el banco con recursos particulares y confiando su dirección a funcionarios del Imperio. Por tanto, aunque sin tocar a estos elementos fundamentales, queda planteada la cuestión de si, en lo demás, la letra de la ley bancaria se acomoda en todos los puntos a las exigencias actuales.
Los peligros que amenazan al régimen del patrón oro vienen del lado opuesto. Los bimetalistas e inflacionistas, que ven el remedio para todos los males en la elaboración de grandes masas de signos monetarios, independientes de toda producción de bienes, son los adversarios contra los que tendrán que luchar mancomunadamente los amigos del saneamiento monetario.

Si nuestro tiempo pide reformas -y sin duda las pide-, éstas sólo son realizables dentro del régimen del patrón oro, como lo hemos puesto de relieve en la última parte de nuestra investigación. Sólo que para hallar a las reformas un camino que no descienda por la vía de la inconexión, se requiere algo más que una fe ortodoxa en el patrón oro, la cual se niega en principio a penetrar en la esencia del dinero, esencia independiente de las formas exteriores en que se presenta.

Comentarios

Publicar un comentario